Ten cuidado con lo que deseas

Ten cuidado con lo que deseas

¿Qué pasaría si se cumplieran todos tus deseos?

Buenos Aires, diciembre. Roberto está en el taxi, detenido en el tráfico hace más de media hora. Resopla sobre el volante. Buenos Aires en diciembre es lo más parecido al averno. Treinta y siete grados de calor húmedo donde se te pegan hasta las vísceras. A fin de año se juntan el cansancio, el estrés de las fiestas, los regalos y los encuentros familiares indeseables, los cierres de balance de las oficinas, las marchas y cortes de calles a toda hora en un cóctel macabro. Ahora sumale porteños, con su fastidio permanente, su arrogancia pendenciera, los noticieros que destilan frustración, inseguridad, un futuro económico deplorable siempre, grietas políticas y ¿Por qué no? violencia en cualquier esquina. 

Y ahí está Roberto, preguntándose qué karma lo tiene ahí, hace treinta años. Avanza dos metros en primera y se cruza con un ciclista, lo roza apenas con el paragolpe.

Cuando algo es muy difícil se dice: “Es la muerte en bicicleta”, haciendo referencia a que pedalear hasta morirse debe ser algo cansador. En eso pensaba Martin Abdala, el repartidor que iba pasando, después de cuatro horas pedaleando con treinta y siete grados fermentados por el cemento. Zigzagueando entre los autos y los colectivos, los encierros, es como una anguila esquivando motores y transeúntes que cruzan por dónde y cuándo se les canta sin mirar para atrás. Los bondis son los peor porque en su inmensidad paran impunes de pronto, bajan pasajeros apurados y es muy fácil llevarselos puestos. Veinte paquetes por día, en época de fiestas, por toda la capital. Este mes, con suerte, puede llegar a pagar las cuentas. Imposible pasar las fiestas en su provincia.  

Cuando un taxi lo roza,  tambalea. Eso hace que no llegue en tiempo y forma a entregar la veintena de pedidos con los que puede llegar a pagar las expensas. Una caja que no llega a tiempo desarma su economía, su día, su trabajo, su vida entera. 

Haciendo honor a sus antepasados árabes, en lugar de insulto, le echa una maldición antigua: “Ojalá se cumplan todos tus deseos”.

Roberto escucha, esperando una puteada de esas que salen de las entrañas y a las que está acostumbrado en las avenidas. Ya tiene lista la respuesta preparada automáticamente, pero la frase lo desconcierta. Jamás le dijeron algo así. 

  • Andate a la cocha de tu hermana - le responde sin vacilar, pero se queda pensando en voz alta. “ja, mi deseo es ganar la lotería y salir de esta mierda. Me iría de vacaciones a Miami, como los ricos. Me compraría una casita en Santa Teresita y me iría a pescar.”

 

Sigue esperando que afloje el tránsito, escuchando la radio en AM. Un locutor enfadado con la vida misma, opina sobre el aumento del dólar, indignado, da las mil soluciones posibles que debería adoptar el gobierno de turno. 

Se apaga de golpe el aire acondicionado del auto. 

 

  • Pero me cago en Dios. La que faltaba - grita solo Roberto en el coche con las ventanillas cerradas, secándose la transpiración de la pelada con un pañuelo de tela. 

 

Sigue mirando hacia adelante el atasco y se pega al vidrio un papelito, queda enganchado en el limpiaparabrisas. El papel flamea, duda si sacarlo o dejarlo ahí hasta llegar a una estación de servicio o al taller mecánico. Lo mira con detenimiento. Es un boleto de lotería. 

 

Se rie solo, por primera vez en años, de tamaña coincidencia. Saca el brazo por la ventanilla y lo agarra estirando el brazo lo más que puede.

  • Le voy a  decir a la gorda que compré un billete y quedo como un rey. - piensa. 

 

El tipo de la radio sigue hablando y destilando veneno. Suena el ting ting que marca una nueva hora y con él, acto seguido, el compacto de malas noticias habituales. También anuncian los ganadores de la quiniela nacional y provincia. Cantan el número los niños scouts de la lotería. Roberto tiene al ganador del gordo de navidad en sus manos. 

No puede creerlo. En cuanto le dan diez centímetros de paso estaciona el auto, ni siquiera  sube la ventanilla y corre a la primera agencia que encuentra. Efectivamente, se vuelve millonario en ese instante. Le sacan fotos con el empleado para ponerla en la vidriera. No le dan las manos para buscar el teléfono. Lo dejó en el Peugeot. 

No importa nada. Se va corriendo a base de adrenalina hasta su casa, descubre una fuerza infinita que casi lo lleva volando. Las llaves las tiene encima, le llama la atención la reja abierta, abre la puerta en un impulso de gritarle a la esposa que son ricos, que por fin van a ir a Mar del Plata a un hotel que no es el del sindicato. Que van a poder ir a ver todos los teatros de revista en primera fila. Margot va a poder conocer a todas las estrellas de la televisión en vivo y en directo, capaz consigue un autógrafo. Van a ir a un restaurante sin preocuparse por la cuenta, tomarán sin culpa un vino de marca. 

Entra desesperado a la cocina y ahí está ella, de espaldas.

 

  • Gorda, ganamos la grande - está por decir - Prepará la valija que nos vamos. Por fin tu vieja no me va a poder decir nada este fin de año. Marga, apurate y sacá la sidra así empezamos a brindar. No lo vas a poder creer cuando te cuente. Gorda…

 

Se detiene en seco antes de hablar. Desde la puerta ve a un hombre, que entra con total naturalidad a la cocina desde el comedor y la toma por detrás. Le besa el cuello. Ella responde contoneándose levemente.

Roberto se queda parado, de una pieza mirando el cuadro. Atónito. En shock. 

Empapado de sudor, con la camisa abierta, agitado por la corrida, no atina a decir palabra, gira sobre sus talones y se va caminando rápido, de pura furia. 

Llega hasta la reja, vuelve sobre sus pasos y encara de pleno la cocina donde están los dos amantes. 

  • Pedazo de hija de puta - grita enajenado - soy millonario y me la patinar toda, quedate con la casa, me chupa un huevo. No te quiero volver a ver.

 

No espera la respuesta. Llevado por todos los demonios se vuelve al taxi. El aire acondicionado se arregló, pero ya no le interesa. Tampoco Mar del Plata ni Miami (que era el sueño de ella al fin y al cabo). 

Carga nafta y se va a Santa Teresita. Tiene un par de horas de ruta para imaginar su nueva vida. La casita frente al mar. Treinta y dos años de casado sin ponerle un cuerno, con las oportunidades que tuvo. No laburar nunca más. ¿Hace cuanto que lo caga y él ni cuenta se dio? Ni un puto bocinazo más. No más gente apurada tratándolo como esclavo. Con cuántos se habrá acostado. Asados con amigos en el fondo. La cantidad de mujeres que puede tener siendo millonario, jóvenes y de carnes duras. 

Se mezclan las imágenes de su mujer con otro, su corazón palpita y se pone rojo de la presión. Vuelve a pensar en el auto 0km que se va a comprar. La odia, solloza, vuelve a pensar que es millonario. Llega a la ciudad costera. Se detiene en un negocio de pesca y pide la caña más grande, las líneas más caras e importadas, un short, una sombrero y una reposera. En el kiosco se compra cigarrillos negros y una botella de vino. 

Huele el mar. Descorcha, se prende un pucho, arma la reposera y la caña. Nada mejor para empezar de nuevo que una tarde de pesca. 

  • Quiero un pez bien grande, pero bien grande, para hacerme hoy a la noche a la parrilla y que Margot se vaya a la mierda - murmulla a las olas.

 

Sale boqueando una corvina negra de 70 kilos, muerde el anzuelo, tira. Luchan con la línea de pesca. Gana el pez. Roberto es arrastrado mar adentro y no se sabe más de él. 

Cuidado con lo que deseas, especialmente si te maldicen. 

 

¿Qué pasaría si se cumplieran todos tus deseos?

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