Vergüenza: Por un lado, estar atento al “qué-dirán” supone que los interlocutores están ahí escuchando o leyendo para juzgar y que dedicarán tiempo a hablar mal y sacarle el cuero a uno. Eso es creerse demasiado, lo más probable es que se olviden de usted a los quince minutos. Suponer que los escuchan van a dedicarle tiempo o incluso que recordarán una ponencia por mala o por un error de dicción o furcio involuntario es sentirse un poco epicentro. ¿Cuántas exposiciones recuerda usted que no le hayan interesado y a sus personalidades? Lo importante aquí es la información que quiere compartir, que puede ser buena o mala, pero es independiente de su persona.
Modestia (subvaloración): Más de una vez excelentes proyectos no se presentan porque sus autores consideran que no es suficientemente bueno o novedoso o importante. Lo cierto es que nos privan de algo valioso por su miedo a no dar la talla. ¿La talla de quién? Seguramente para alguien lo que usted diga va a ser nuevo, y para otros será algo ya escuchado. Lo importante: no es su problema.
Agradar: Otro mal es creer que uno debe caerle bien o hacer algo de interés para todo el mundo, no. A un músico de orquesta no le interesa gustarle a un heavy, ni a un metalero le interesa caerle en gracia a un folklorista.
¿Por qué debería ser diferente? A algunos les caerá de parabienes, a otros no y no pasa absolutamente nada.
Dicho todo esto, creo que es el momento de compartir saberes, de todo tipo, de cada uno. Es el momento de ayudar a otros con nuestra experiencia. ¿De qué manera? Dando clases, charlas, escribiendo un libro. Es momento de dejar de mirarnos el ombligo y compartirnos.