Heme aquí, es un honor para ustedes estarme escuchando. Entiendo que tamaña sapienza no se encuentra todos los días ante ustedes. Aquí estaré departiendo para su deleite y, por sobre todo, para su desasne. No está bien visto en las diferentes tertulias departir cualquier tema sin previo conocimiento del mismo. Es por eso que me han convocado, para poner un poco de iluminismo en medio de tanto desasosiego.
Días atrás, el Post Doctor Magister Sir. Antonio Roman de Burzaco, tuvo el tupé, la osadía de confrontarme en un tentempié al que habíamos sido convidados. Me encuentro subyugada por el supino atrevimiento, poniendo en duda mi elevada expertise sobre este asunto.
Tuvo el descaro de increparme, en un despiplume de palabras obsoletas, en una tiranía de pensamientos arcaicos y por sobre todo apócrifos, frente a una multitud ávida por escuchar mi respuesta que no se hizo esperar.
Una, que proviene de una noble estirpe, que se regodea con las gentes de la más distinguida sociedad, que pertenece a los círculos más ilustres de esta Argentina pujante y prodigiosa, no puede quedarse de brazos cruzados ante tal improperio.
Así pues, altiva, tomé el guante y procedí a poner en entredicho sus acusaciones improcedentes, sus dichos desdeñados e indecorosos sobre mi persona y mi conocimiento del tema en cuestión. “Probablemente haya recibido algún estipendio por generar tal situación”, pensé. ¿En qué recóndito lugar de su alma cree que puede poner en tela de juicio mi irreductible inteligencia? Hubiese bastado con un ósculo si es que deseaba mis favores o llamar mi atención y mi merecimiento. Pero no. Tuvo el mal tino de provocarme y hubiese sido más sencillo convocar a Lucifer en persona.
Tal fue el ofuscamiento que me provocó esa dantesca escena que en un triz, en menos de lo que canta una ninfa, sutil como el aleteo de una libélula, anoticié a mi interlocutor de su desacierto, creándole un desbarajuste en su sistema linfático.
Ante mi réplica certera, los presentes quedaron atónitos y el señor propiamente dicho quedó patitieso, dado que desconocía mi prosapia, mi avidez exquisita, mi ductilidad irreprochable de este dilema enrevesado que hoy nos confiere.
Así es que no tuve más remedio que apersonarme ante ustedes para adentrarlos en el mismísimo arte … de no decir nada.